El primer paso es hacerte consciente. El segundo, no desesperarte. Así empieza el cambio real.
El cambio no comienza con el gimnasio, ni con la agenda nueva, ni con la lista de hábitos. Comienza con algo más sutil y más poderoso: la conciencia de que algo ya no está funcionando. Pero justo después de hacernos conscientes, caemos en la trampa de la urgencia: lo queremos cambiar ya.
Aquí es donde empieza la verdadera práctica: no desesperarte mientras el proceso toma forma.
Cuando algo deja de sentirse bien
Cuando sentimos la necesidad de cambiar algo —sea mejorar nuestros hábitos, romper con una rutina que nos drena, alcanzar una meta que se siente pendiente— el impulso inicial suele ser emocional. A veces viene desde el cuerpo, otras desde el corazón, o desde un pensamiento que no se va. Pero antes de cualquier acción concreta, siempre aparece un momento clave: la conciencia.
Ese instante donde nos damos cuenta de que algo no está bien. De que algo debe transformarse. Nos incomoda, nos pesa, y aunque intentamos ignorarlo, se presenta una y otra vez. Hasta que, finalmente, lo vemos con claridad.
La conciencia es el primer paso
Ahí empieza todo. Ese momento de despertar es más importante de lo que creemos. Porque no se trata solo de notar lo que está mal, sino de reconocer que queremos algo diferente. Y eso es enorme.
La conciencia es el primer paso.
Es el aviso. La chispa. La semilla de un cambio real.
Pero luego… queremos que todo cambie ya
Justo después de ese despertar, viene una trampa en la que todos, de una forma u otra, caemos: queremos que el cambio sea inmediato.
Nos hacemos conscientes, decidimos actuar, nos motivamos... y esperamos ver resultados al instante. Pensamos que el solo hecho de “haberlo visto claro” ya debería generar movimiento. Pero no funciona así. Y cuando el cambio no llega tan rápido como queremos, nos frustramos.
Cuando no vemos resultados, pensamos que fallamos
Intentamos durante unas semanas. Tal vez unos meses. Con suerte, un año.
Y si no pasa lo que esperábamos, empezamos a contarnos historias:
"Quizás no es para mí."
"Si no lo logré en tres meses, no lo voy a lograr nunca."
"Estoy perdiendo el tiempo."
Y con eso, se cae el proceso. No porque no funcionara, sino porque no supimos sostenerlo.
No desesperarte es el segundo paso
Por eso digo que el segundo paso es igual de importante que el primero:
No desesperarse.
Entender que todo cambio profundo lleva tiempo. Que no hay línea recta. Que habrá avances, retrocesos, pausas necesarias. Y que eso también es parte del camino.
Cada proceso tiene su ritmo
Lo que más olvidamos cuando nos hacemos conscientes, es que el proceso no siempre va a moverse al ritmo que queremos. Nos despertamos, decimos “esto tiene que cambiar”, y esperamos que ese mismo mes ya estemos viendo una nueva versión de nosotros mismos. Pero el cambio no se da en ese tiempo. Se da en el tiempo que sea necesario para ti.
Y lo que es necesario para ti puede que no se parezca al camino de nadie más.
Tu proceso no es menos válido por tomar más tiempo.
No estás tarde. No estás atrás.
Estás exactamente donde necesitas estar para construir desde lo que sí tienes hoy.
El cambio también sucede en lo invisible
El cambio no ocurre solo en lo visible.
Ocurre en lo invisible.
En la forma en la que empiezas a elegir distinto, aunque a veces falles.
En cómo piensas antes de actuar, aunque a veces decidas igual.
En cómo te das cuenta, cada vez más rápido, de lo que ya no quieres repetir.
Eso también es avance.
Eso también es transformación.
El error no es el final del camino
Y sí, lo vas a hacer mal algunas veces.
Y no, eso no quiere decir que no sirves para esto.
El error no es el final del camino.
Es parte del mapa.
El verdadero arte está en quedarte
Por eso el arte no está solo en iniciar.
El verdadero arte está en quedarte.
En confiar en el paso que diste,
aunque no tengas idea de cuándo llegará el próximo.
La conciencia te enciende.
La paciencia te transforma.
Y ese es el proceso.
Así de incómodo.
Así de valioso.
¿Te gustó este contenido? Suscríbete para recibir nuevas reflexiones y herramientas para sostener tu proceso de transformación.