Lo intento. Cómo vivir cuando nada parece estar bajo control
Lo intento. Como tú.
Lo intento. Lo estoy intentando.
Todos, en realidad, lo estamos intentando.
Intentamos avanzar. Fingimos que todo está bien. Incluso nos mentimos a nosotros mismos, solo para evitar oír esa vocecita interna que dice “te lo dije”.¿Para qué? Si no me he rendido. Aunque a veces… es lo único que mi mente quiere hacer.
Intentar se ha convertido en una forma de vivir.
Pero también en un acto de resistencia.
Mientras lo intento, he estado fingiendo. Fingiendo que puedo con todo. Fingiendo que no me afecta. Fingiendo para poder seguir intentando.
Y al mismo tiempo, estoy combatiendo la ansiedad de la inmediatez, el éxito rápido, la comparación constante.
Fingir y combatir.
Una combinación peligrosa, poderosa, y tristemente común.
Vivimos rodeados de resultados instantáneos, de éxitos “exprés” y metas supuestamente alcanzables en 3 pasos y 21 días. Todo parece gritar que si no lograste algo ya, entonces estás tarde. Y lo peor es que a veces me lo creo.
He caído ahí más veces de las que quisiera.
Pero lo que fácil llega… fácil se va.
Y lo que realmente transforma, toma tiempo.
Intentándolo he aprendido.
Intentándolo estoy aprendiendo.
Y aunque me está tomando mucho más de lo que imaginé…
sé que es lo que tengo que hacer: seguir intentando.
La vida como videojuego emocional
A veces me repito que la vida es como un videojuego de Mario Bros.
Cada nivel que desbloqueas se vuelve más interesante… pero también más difícil.
Más retador. Más bonito. Más doloroso. Más impredecible.
Y hay días en los que puede sentirse como si todo se desmorona al mismo tiempo.
Días en los que estás tan al borde que te preguntas si de verdad vas a salir viva de esto.
Nadie lo entiende como tú
La gente puede acompañarte, pero nadie vive tu proceso como tú.
Nadie llora con tus lágrimas.
Nadie siente el caos exactamente como tú lo sientes.
Y ahí, justo ahí, es cuando necesitas hacer algo extraño pero vital:
ser empática contigo misma.
Hablarte bonito. Aunque no te creas nada.
Eres tú contigo. No hay nadie más ahí.
Y cuando logras calmar los leones mentales que solo saben juzgar y criticar…
llega una verdad que no es nueva, pero cuesta:
No todo está en tu control.
Aceptar eso… cuesta.
Solo escribirlo ya me cuesta.
Pero es cierto:
No puedo tener la vida perfecta.
No puedo acelerar los procesos.
No todo se logra cuando yo quiero.
Y aunque me cueste…
tengo que aceptar que hay cosas que se escapan de mi control.
Eso no me hace débil.
Me hace humana.
Y aunque el mundo grite que debo estar bien todo el tiempo, yo prefiero decirme la verdad:
sentirse saturada, cansada o emocionalmente rota a veces… también es parte del crecimiento.
Es como esa oruga antes de convertirse en mariposa (sí, el cliché, pero sigue funcionando).
La metamorfosis no es bonita. Es dolorosa, incierta, confusa.
Pero necesaria.
¿Y entonces qué hacemos con todo esto?
Buena pregunta.
Yo me la hice por mucho tiempo sin darme cuenta.
Y un día, lo entendí:
La única cosa que realmente puedo aprender a controlar… es cómo reacciono a lo que me pasa.
No el mundo. No las personas. No el tiempo.
Solo mis reacciones.
Y eso, aunque suene fácil, puede ser el mayor reto de todos.
Porque cuando todo en ti quiere gritar, correr, colapsar, reaccionar con rabia o miedo, hace falta mucha presencia para respirar. Para elegir no perderte.
Y sí, llorar ayuda. Quejarse también, un poquito.
Pero ni el llanto ni el drama resuelven lo que solo el tiempo, la aceptación y la paciencia pueden resolver.
Entonces voy paso a paso. Porque no hay otra forma.
Acepto que el control es una ilusión.
Acepto que hay procesos que no se pueden acelerar.
Acepto que hay momentos donde solo puedo sostenerme.
Y que eso también es valiente.
Porque al final, la pregunta no es si puedo controlar todo.
La pregunta es:
¿Cómo puedo hacer que mi mente encuentre paz, incluso cuando el mundo está en caos?
Y eso, mi amor, todavía lo estoy descubriendo.
Pero lo intento.
Lo estoy intentando.
Como tú.